A poco más de un mes del atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner que llegó para proponer una singular interpretación en torno al peronismo procurando instalar que aún tratándose del gran partido del Estado nacional desde su aparición en 1945, se trataba de una víctima de la maquinaria institucional, el cuento tuvo patas cortas.
La falacia –insostenible a la luz de cualquier somero repaso histórico pero también partiendo de cualquier reporte del reciente- se desmoronó por completo en Bariloche y las víctimas de esa colapso fueron mujeres del pueblo mapuche.
El aparato represivo estatal, capitalista, racista, patriarcal y colonial que el gobierno peronista de los Fernández desparramó para desalojar a integrantes de la comunidad Lof Lafken Winkul Mapu de Villa Mascardi, desnudó la lógica del sistema gobierne quien gobierne.
Sin margen económico para maquillar el despojo, el ajuste y el saqueo, el oficialismo se mimetizó con la derecha que supuestamente combate y resiste y en nombre de gestión democrática del capital decidió imponer el orden con un operativo invasor que dejó a siete mujeres mapuches detenidas.
Y la justicia, ese poder laberíntico que según la versión oficial parece orientado casi exclusivamente a importunar el liderazgo moral y político de la vicepresidenta, mostró su cara más brutal contra ese puñado de mujeres originarias para detenerlas, incomunicarlas y trasladarlas.
La magnitud del accionar represivo para atender la demanda institucional y la mirada del electorado derechizado trajo, al menos, una buena noticia: la suspensión del coro de oportunistas funcionales hablando del amor y lagrimeando por los discursos del odio, categorías que según puede verse por el silencio gubernamental y de sus seguidores, no aplica a las comunidades originarias.
Pero mientras ese poder monolítico de arriba aplica a una lógica vertical de la representación y la delegación a cargo de un elenco de especialistas para empujarnos al abismo del consumo y la criminalización, el pueblo mapuche en la mira y cada construcción asamblearia e igualitaria que resiste y construye regala otra foto posible.
Aferrados a esas imágenes de quienes luchan y siembran, de aquellas personas que piensan y hacen, de las que ponen en diálogo lo ancestral y el porvenir, esta noche en Después de la Deriva nos levantamos junto a esa rabia que grita y nos sentimos en esa misma senda de quienes andamos por la vida de paso pero asumiendo la responsabilidad de cuidar y hacer crecer lo que debe seguir latiendo.

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