El panorama político actual se nos hace complejo. Por una parte, los discursos de la gestión, que encarnan la idea de que la representación es el sentido mismo de la política, despliegan todos los artefactos pre-electorales para inventar alternativas dentro de su mismo núcleo de sentido: con intereses más o menos comunes, con proyectos más o menos convergentes, todos insisten en que la institucionalidad democrática es la única alternativa que tenemos al horror, y que ante eso debemos fidelizarnos con lo menos malo, esto es, con un Estado de derecho en el que los representantes decidan cómo habrán de gestionar los intereses del capitalismo.

Pero ese mercado electoral no es lo único que hay en el panorama político actual. A distancia de ese territorio de la representación que se pretende completo y suficiente, por fuera de su agenda, hay también aquella miríada de experiencias que hemos referido ya en programas anteriores, aquellas aventuras donde se ponen en juego apuestas por maneras diferentes de abordar los vínculos sociales y por modos de resistir, combatir, subvertir o abolir de hecho y de derecho el lazo social dominante.

Este panorama, con toda su complejidad, es impensable sin un antecedente que nos resulta aún inasible, y que precisamente por eso nos proponemos, esta noche, traerlo al programa. Se trata de un personaje de mil rostros, de una serie indeterminada de fenómenos cuyo origen y cuyo destino se nos hacen indescifrables, o acaso inexistentes. A ese complejo entramado de experiencias y de ideas nos referimos con el nombre 2001.

En este sentido, 2001 no es una fecha, sino un proceso que pivotea en el estallido de diciembre pero se extiende hacia atrás y hacia adelante. E, incluso, hacia los costados. 2001 es la desazón ante la devastación social y económica y es también la esperanza de la puesta en acto de múltiples sectores de la sociedad desoyendo las prerrogativas hegemónicas de su época; es la crisis, la ruptura, la esperanza y la frustración. Es la libertad y la desorientación, la asamblea y el desconcierto, la manipulación y su incapacidad ante el exceso. 2001 es, en cierto modo, devastación, rebelión y después.

Si omitiéramos 2001 en la lectura del panorama político actual, nos faltaría una clave en relación a los procesos de restauración, a la configuración de un esquema de gobierno empresarial que presume “no venir de la política” y su partenaire, el discurso del “regreso de la política”. Nos faltaría una clave para entender por qué las estructuras sindicales y partidarias hacen tanto esfuerzo por reconducir hacia su interior al activismo social, económico o político. Pero, lo que es aún más importante, nos faltaría una clave para pensar la multiplicidad de experiencia e las ideas que pueblan la política y lo que han traído como novedad, aquello que hoy inspira las apuestas transformadoras de la sociedad a distancia de “las viejas prácticas políticas”, por fuera de las lógicas de Estado, de la representación y de las diversas formas de dominación y control.

2001 es, entonces, el nombre de un problema cuyas consecuencias aún están por verse. Es la marca de una deriva en la que, a pesar de todo, existe la esperanza de un después al que nosotros pensamos que bien vale ponerle el cuerpo. Esta noche intentaremos, entonces, preguntarnos acerca de qué es lo que hay ahí, en esa chistera de mago, en ese recipiente sin fondo que nombramos 2001.

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