El mundo imperial ha impuesto para que sea la norma inquebrantable de cualquier acción política elegir entre democracia o dictadura. Consideran que la democracia triunfó al final del siglo pasado derrotando a las dictaduras totalitarias bajo las cuales se cobijaron el comunismo, el fascismo, y hoy el integrismo musulmán. Sacralizaron a tal punto esa imposición que cualquier crítica a la democracia realmente existente es catalogada como un síntoma de totalitarismo. Todo dentro de la ley nada por fuera de ella.

Hoy venimos a poner en duda esas certezas, porque comprobamos todos los días que la idea madre que sostiene a la democracia es que el pueblo es el único que tiene la facultad de decidir sobre su vida colectiva, y esta democracia no hace otra cosa que impedir que eso suceda. Entonces ¿qué es esta democracia? ¿Cómo es posible que salvajes programas de ajuste se puedan llevar a cabo tanto por gobiernos llamados democráticos como por dictaduras declaradas?

Entonces nos preguntamos ¿qué es esto de descabezar gobiernos sin interrumpir la legalidad, que se han dado en llamar “golpes blandos”?. Tampoco cuadra que esta democracia considere que reprimir al pueblo que se expresa públicamente sea un acto de defensa esencialmente democrático. Menos aún que esta democracia tenga la facultad entre sus derechos de declarar el estado de sitio por el cual se transforma en una dictadura para poder defenderse.

También vemos cómo movimientos de extrema derecha que después de la segunda guerra mundial eran puestos fuera de la ley hoy compiten libremente en el juego democrático. Son muchas las realidades que nos golpean para habilitar una gran duda: ¿será la dictadura la única alternativa contra la democracia? En esta deriva queremos desplegar esa duda, porque todo indica que vivimos bajo un gran engaño. Quizás no haya tal opción, quizás haya una sola realidad, la opresión y la dictadura, que a veces asume una forma blanda, llamada democracia y otras una manera dura llamada dictadura.

 

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