La muerte de Gustavo Esteva, filósofo y activista mexicano quien aún desde antes de la creación de la Universidad de la Tierra de Oaxaca, que es una luminosa trinchera donde el saber se comparte y construye colectivamente, marcó un camino de ideas y acciones integrada a las páginas más brillantes de la emancipación latinoamericana, nos deja un legado entre las manos.
Agudo y provocador, desconfiaba tanto de la política de la representación como del discurso manso de la educación. Una posición que apenas semanas atrás resumió con simpleza expresando que “habrá que diferenciar entre conocer y saber, una cosa es el conocimiento y otra bien distinta la sabiduría” y así nomás parió otro horizonte para seguir caminando.
Autodefinido como “intelectual público desprofesionalizado”, Gustavo sembró palabras y gestos que dejaron una huella en el pensamiento para la liberación y que empalmó natural y hondamente con la irrupción zapatista que llegó para sembrar las bases de una nueva subjetividad política y vital desde su territorio libre y revolucionario en el sureste mexicano.
Esteva llegó a ese encuentro con el zapatismo tras un recorrido académico y profesional que pasó por empresas privadas y también por la esfera pública, una experiencia sobre la que señaló sin vueltas: “Si lo que me interesaba era el cambio, la posibilidad de la transformación de la gente, el Estado y el gobierno eran los lugares menos apropiados para eso. Están diseñados para controlar y dominar, no para hacer otra cosa”.
De esa manera el pensador y militante cruzó sus postulados axiomáticos con el paso lento y constante que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional fue dando en Chiapas para sacudir las nociones acerca del poder, la representación y el buen vivir, unas invenciones concretas que hallaron en Esteva a un interlocutor notable.
En ese andar, Gustavo fue un notable difusor de ese ideario y aportó su palabra escrita y hablada para acercar a más personas a ese fuego que, no sin dificultades, se sostiene y crece con la cara tapada, abajo y a la izquierda, con rabia y colectivamente.
Por eso le puso el cuerpo a cada espacio capaz de poner a rodar la buena nueva y estuvo dos veces frente a los micrófonos de “Después de la Deriva” en una actitud franca y compañera para ayudarnos a pensar en tiempos de la primera ola de la pandemia y, meses después, para alertar sobre el avance del mal gobierno mexicano de López Obrador contra los territorios y los logros zapatistas.
Esta noche en La Tribu queremos recordar al hombre generoso y brillante a la vez que aportó su vida y obra a sembrar unas nociones cargadas de un mañana que tenemos la necesaria posibilidad de honrar haciendo carne ese mundo urgente que debemos y podemos forjar entre todas y todos como expresan los zapatistas desde una sentencia radical que era la preferida de Esteva: “Nosotros solo somos hombres y mujeres ordinarios y por eso somos inconformes, rebeldes, soñadores”.