En la jerga cotidiana insuflada por la lengua del poder que trafican los medios, el término corrupción irrumpe como una peste que portan ciertos funcionarios públicos y que viene a entorpecer aquello que está en condiciones de funcionar o, en el peor de los casos, implica una desviación capaz de impedir que las cosas se hagan.
A menos que la época imponga conductas del tipo “roba pero hace” conocer y horrorizarse ante hechos de corrupción en las altas esferas estatales opera como un bálsamo tranquilizador de las subjetividades diarias.
Sobre esa noria siempre puesta a girar sobre funcionarios de administraciones caídas en desgracia, se construye un imaginario que da licencia para negociados por venir y que habilita la esperanza en una normalidad en la cual puede desenvolverse la vida societaria.
Pero esta medianoche en la trigésima primera deriva del año, queremos preguntarnos ¿qué es lo que en verdad encubre la corrupción?
Y también si es posible que en un mundo capitalista como el que habitamos y que, por tanto, está regido por la lógica del lucro ¿es la corrupción una tentación que se concreta o parte de la esencia misma del sistema?
Sobre las pequeñas corrupciones cotidianas que atraviesan el lazo natural capitalista y los grandes hurtos organizados desde el poder trataremos de dialogar hoy sin dejarnos encandilar por los titulares de los diarios.
No ya para esparcir un reparto nefasto de culpas por doquier sino para desentrañar de qué modo esa corrupción ligada a la estructura del capitalismo impide la vida igualitaria y violenta toda idea de comunidad sobre la que seguimos navegando empecinadamente.