Guernica como lugar, Guernica como escenario.

Más allá de la decisión estatal de reprimir y arrasar una toma que tuvo perfiles emblemáticos por la magnitud del territorio ocupado y por la composición de quienes protagonizaron esa epopeya de las personas desesperadas, Guernica se sostiene al mismo tiempo en clave de advertencia, de amenaza, de enseñanza, de horizonte.

Parece evidente que la gestión del capitalismo en tiempos de pandemia en esta parte del mundo ha decidido no mirar con ojos dóciles a las víctimas de sus políticas, pero ese gesto brutal e inhumano sobre quienes poblaron Guernica bien puede tornarse un boomerang de rabia que ya anda revoloteando por los aires.

También Guernica exhibe en tiempo presente una forma de organización con sus asambleas de mujeres que en su vigorosa lengua popular denuncian con todo el cuerpo al feminisno de las funcionarias en sus laberintos ministeriales.

Por eso Guernica es una tierra de incomodidad para el poder, de alternativa por las márgenes, de espacio a conquistar y ocupar con la imaginación colectiva que pondera y asume nuestro invitado de hoy, el artista y militante Nornan Briski.

Capaz de montar la obra de títeres «La propiedad es la maldición de la hermandad», recrear las experiencias de teatro colectivo y callejero allí donde la cosa late, arde y se complica, charlar con Briski es asomarse a una disciplina lúdica donde la lucha se conjuga en plural, se asume con alegría.

Vayan entonces estas palabras sobre el drama de los seres marginados y arrancados de Guernica como apenas una señal de tantas y tantos que ya no pueden más, como un síntoma de algo que arriba solamente se arregla con represión, de un problema acerca de la igualdad que urge resolver como la única manera de creer que estamos Después de la Deriva

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