El impacto del uso de los agrotoxicos sobre los pueblos lindantes a los campos, la calidad y seguridad de la comida y las alternativas agroecologicas son tres patas del modelo de  producción alimentario cuyo único objetivo es la reproducción de la riqueza de los mismo de siempre.

Si en Después de la Deriva visitamos ya experiencias que resisten a esta lógica, tanto desde la producción como desde el consumo, nos faltaba la pata tal vez más cruda y más visible del envenenamiento: los pueblos fumigados.

Avionetas que pasan sobre escuelas tirando agroquímicos, gobiernos locales que fomentan la explotación de los campos a cualquier precio, aumento de la prevalencia de cáncer, abortos espontáneos, diabetes, malformaciones y enfermedades respiratorias son algunos de los síntomas claros que, sin embargo, Estado y empresas se niegan a aceptar.

Se necesitan estudios científicos de laboratorio específicos para demostrar la toxicidad de estos productos cuando sus efectos están a la vista? Existe la posibilidad de hacer un buen uso de los agrotoxicos?

Es la regulación de los metros de fumigación la solución posible o deseable ante esta problemática?

Cómo dirimen los habitantes de estos pueblos la tensión entre el trabajo y ser intoxicados?

Cómo se organizan los pobladores para resistir?

Vaya otra deriva para pensar una aspecto central del mundo que deseamos construir dónde el alimento no sea un negocio, sino una posibilidad de encuentro y el sustento material de nuestra existencia.

 

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