Si hay algo que hoy conmueve a los que luchamos por acabar con esta sociedad desigual y explotadora, es la cuestión de la igualdad. La historia nos enseña que todas las propuestas políticas que ponían a la igualdad como un objetivo a lograr, perdieron el rumbo. ¿Por qué? De eso queremos hablar hoy en esta nueva deriva.
Esa igualdad como fin no era otra cosa que un reparto equitativo y justo de las riquezas producidas que debía alcanzar a todos. Es una clásica igualdad programática, como una promesa electoral a cumplir en el futuro, no importa si es después de una elección o de un enfrentamiento sin cuartel.
Pero en los últimos años el pensamiento político pega un brinco inesperado y afirma lo que quizás estaba latente en todas las luchas históricas por un mundo sin dominación: que la igualdad es un principio que se proclama aquí y ahora pese a la evidencia aplastante de la desigualdad de este mundo. Así la igualdad deja de ser el objeto de una lucha emancipativa para transformarse en la causa que la sostiene.
¿Cómo se estructura una acción política cuando está sostenida en principios? ¿Cómo se concilia la afirmación de la igualdad de los seres humanos respecto a las diferencias e identidades que hoy buscan su afirmación y reconocimiento ante la ley y parecen ser las estrellas de esta democracia?
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