No nos cabe ninguna duda, la masiva movilización que colmó las calles el día que se discutió la despenalización del aborto, fue y es un hecho histórico. Las mujeres y todos aquellos y aquellas que estuvimos presentes ese día atestiguamos estar en presencia de un movimiento en la estructura social que promete ser de largo aliento.
La mujer subió al escenario de la historia, afirmando su ser de sujeto con independencia del hombre y reclamando lo que es suyo. Pero la mujer no sólo se concentró en la plaza del Congreso sino que estalló en una multiplicidad de pañuelos verdes que vemos por doquier en las mochilas y en los cuellos de las cualquiera, sin distinción de clase, edad o procedencia política.
Hoy nos convoca una pregunta más profunda y es sobre el carácter político de este acontecimiento. Más allá de los efectos visibles inmediatos como la sanción de la ley, no olvidamos la extensa lucha y experiencia organizativa que hay detrás de este desenlace. No pensamos tampoco que lo propiamente político de este movimiento se plasme en un análisis de coyuntura, ni se agote en la especulación de los políticos profesionales.
Aquí asistimos en primer lugar a una imposición de verdaderamente democrática del pueblo por sobre la voluntad de muchos de sus representantes. Asistimos también a un debate público sin precedentes acerca de ¿Qué es ser un ser humano? ¿Qué relación hay entre derecho y vida? Pensamos también que la lucha de las mujeres está en condiciones de alcanzar un techo mucho más alto y que incluso puede ser la llave para destrabar una autentica lucha anticapitalista. Por todo esto es que hoy volvemos desde un nuevo ángulo sobre la relación entre la política y las identidades, sobre la pregunta por la diferencia y por la relación entre los movimientos sociales y el Estado. Porque, señoras y señores, nuevas cosas están sucediendo…
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