Petrodólares, trabajo para miles, Dubai, transformar la matriz productiva de la ciudad, desarrollo económico, progreso, salir de la pobreza….
Mensajes que resuenan casi como un rosario en las voces de los gobiernos, las corporaciones y varios sectores locales vinculados al extractivismo petrolero.
Promesas vacías que se repiten en cada nueva zona de sacrificio, que sólo se llenan con realidades violentas que impactan sobre cuerpxs y territorios.

Del otro lado, en una trinchera que no conoce de cansancios, desánimo y dolores, la resistencia se teje entre comunidades costeras unidas por el mar. Entre territorios distantes que ven en la lucha del otro su propia lucha. Entre compañeres que hacen de cada jornada una acción de rebeldía contra este sistema voraz.

A un año del ATLANTICAZO, nos seguimos encontrando en las calles, rompiendo cercos comunicacionales con el que nos imponen un supuesto progreso, que profundiza la depredación y el despojo, y nos está llevando al colapso planetario.

En éste conflicto socioambiental que nos atraviesa, entran en disputa dos postales:

La postal propuesta por el extractivismo es la de la costa del petróleo y del gas, con plataformas, ductos, buques, puertos petroleros, refinerías, centrales termoeléctricas, derrames, contaminación, desigualdad social, violencia urbana, crímenes ambientales, violación de derechos humanos y de la naturaleza.

La postal que defendemos desde las comunidades es la de la costa Atlántica, llena de playas, bahías, cabos, ensenadas. Faros. Patrimonios culturales y naturales. Reservas costeras y biodiversidad. Vida en comunidad y cultura. Pueblos que habitan los territorios. Turistas. Pescadores artesanales y trabajadores de la pesca. Puerto pesquero y lanchas amarillas. Surf, caminatas por la costa. Mate con amigos. Tardes de verano.

Hoy más que nunca es imprescindible que cada une piense muy profundamente cuál es la costa que quiere habitar y defender, porque de eso depende nuestro futuro

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