La división internacional del trabajo es una noción que parece haber quedado en desuso. La importancia incuestionable que tienen las relaciones de poder, especialmente en el plano cotidiano de los vínculos interpersonales, parece haberse extendido a tal punto como paradigma del pensamiento político que en ocasiones enmascara otros asuntos, asuntos que impactan de muchas maneras en la vida colectiva de los pueblos.

Sin embargo, esta noción, como algunas otras, sigue siendo imprescindible. El mundo actual está organizado, y lo está a escala global quizás mucho más que en cualquier otra época de nuestra historia. Actualmente, los países periféricos seguimos siendo los proveedores de materias primas para los países centrales. Y esto es tan así, y lo es a tal escala, que lo que se pone claramente de manifiesto es que lo que estamos entregando es, literalmente, nuestros países, nuestro suelo.

La industria contemporánea consume hasta el desastre los territorios que explota. Lo hace con la explotación literal de la tierra: se lleva los minerales del suelo. Y no lo hace solamente con la explotación minera, sino también con la desertificación del suelo a través de tecnologías agropecuarias que dejan tras su paso una devastación nunca antes vista.

Esta devastación viene acompañada del envenenamiento de aguas y alimentos. La fumigación de las poblaciones y de sus cultivos, una práctica que podría ser considerada un crimen de guerra, es un asunto cotidiano en nuestros territorios. La voracidad del capitalismo avanzó de tal modo que está poniendo en riesgo, incluso, la sustentabilidad del propio modelo de explotación.

Tanto es así que desde el nervio mismo del capitalismo aparecen discursos que reclaman, en nombre de la ecología, formas sustentables de explotación. Mientras las poblaciones más pobres son fumigadas en las zonas agropecuarias, las poblaciones más ricas, en los centros urbanos, pagan dinerales por una sana alimentación a base de producción orgánica.

La ecología se ha convertido, entonces, en un asunto de principal importancia para los sectores que resisten y confrontan contra los grupos más concentrados de la economía mundial, pero también para esos mismos grupos que advierten que el negocio puede no durar demasiado.

Y a este asunto cabe agregarle, también, otra arista: el individualismo democrático contemporáneo, reduciendo la vida humana a la conservación de los cuerpos, imagina un paraíso de alimentación pura, bicisenda y fitness. Ese imaginario, no obstante, se apoya en un sistema de producción y consumo que atenta contra la vida de poblaciones enteras.

En este contexto nos preguntamos esta noche acerca de la agroecología. ¿Cuál es el alcance que tienen las luchas por otras formas de producción agropecuaria? ¿Cuál es el impacto que estas luchas tienen en relación a la organización social? ¿Es la ecología un asunto de filántropos, una vanidad despolitizada de “gente bien”? ¿O son estas luchas un espacio autónomo en el cual los pueblos aparecen resistiendo y decidiendo sobre la vida común? En otras palabras: ¿hay algo políticamente activo en estas luchas? ¿Puede el capitalismo asimilar todo esto en una reconversión industrial que garantice su propia sustentabilidad?

En medio de la devastación lo que nos urge es encontrarnos. Desde aquí, donde nos junta la palabra, intentaremos hacerla rodar una vez más al servicio de ideas que se muevan, que caminen hacia un después, hacia algún después de esta deriva.

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