Si las asambleas tienen la potencia de marcar alguna diferencia respecto a otras formas de abordar las decisiones colectivas es porque pueden dar lugar a una dinámica horizontal en la circulación de la palabra y, a partir de ahí, habilitar el encuentro de múltiples miradas capaces de decidir en conjunto.

En este contexto, la horizontalidad se nos presenta como una clave para que una asamblea aspire a ser algo más que un eufemismo ante las formas verticales de abordar las decisiones colectivas.

Obervamos, además, que aquellas experiencias que abandonaron su conformación y prácticas horizontales para volcarse a una estructura más vertical han ido, más causal que casualmente, abandandonando también sus aspiraciones por una política emancipativa, autonoma e igualitaria.

Por otra parte, vemos una militancia de la horizontalidad como fin en sí mismo, lo que llamamos horizontalismo, y es aquí donde nos sentimos interpelados:

¿Es la horizontalidad una afirmación propositiva o es la negación de la verticalidad? ¿Organizarnos de forma horizontal nos alcanza?

En nuestro programa número doce nos inquieta indagar acerca de la relación que hay o pudiera haber entre la horizontalidad y el horizontalismo. ¿Son acaso lo mismo? ¿Es el horizontalismo una cuestión política? ¿Lo es la horizontalidad por sí misma?

Nos preguntamos también si los espacios asamblearios encuentran dificultades ante una demanda sistemática de horizontalidad o, por el contrario, si es esa demanda la que los fortalece ¿Es la horizontalidad, como consideran sus detractores, un obstáculo para la resolución de conflictos o para la toma de decisiones?

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