El mundo en que vivimos ha sido conquistado por un modo de producir la riqueza que se llama el capitalismo. Lo novedoso de este lazo social -que funciona compitiendo entre todos buscando el lucro- es que no es impuesto por la fuerza, como lo eran sus antecesores, por cuanto nadie está obligado a vender su trabajo por un salario.

Los que no tienen propiedad alguna sobre los medios de producción son impulsados, por la necesidad biológica de subsistir, a entrar en esta maquinaria. Y así aparece la ilusión de que los hombres son libres y se enfrentan con un sistema que funciona independientemente de ellos, como algo natural.

Los pensadores burgueses de mediados del siglo XVIII intentaron dar una explicación a ese sistema y así nace la economía  como disciplina. Como su discurso y sus conceptos nacen indisolublemente ligados al capitalismo, es que en esta deriva queremos proponer una experiencia que consiste en correr el velo de la economía para que aparezca lo que realmente es: capitalismo puro.

Para que este velo sea más eficaz los economistas hablan de diversas escuelas o corrientes dentro de la economía. Incluso en un momento muy importante de la lucha de los pueblos por su emancipación el proyecto comunista quedó mutilado por el ideario de una economía socialista.

¿Por qué  no se dice, por ejemplo, que el capitalismo repuntará este año en vez de camuflarlo diciendo que es la economía la que crecerá? Incluso en los debates televisivos, los representantes de un marxismo ortodoxo, esgrimen argumentos para demostrar que no vendrán inversiones productivas al país y ven en eso un fracaso del gobierno actual, sin embargo una inversión de capitales no es otra cosa que la instalación de un dispositivo destinado a expoliar a futuros trabajadores.

Empezamos a sospechar que la economía manda en todos lados. Pero la economía, es decir, el capitalismo, funciona con el impulso de satisfacer las necesidades básicas, frente a las cuales parecen caer todas las razones. Ese es el discurso del neoliberalismo mundial que machaca que lo único que vale es lo que tiene valor económico y que la política no es otra cosa que la gestión de la economía. Nosotros decimos: gestión del capitalismo.

Preguntamos: ¿la política se reduce a gobernar al capitalismo? Entonces entendemos a los populismos y al mismísimo Papa cuando claman por un capitalismo humanista, para oponerse los gobiernos neoliberales defensores de un capitalismo salvaje.

También nos asalta un duda respecto de las políticas que se propusieron abolir al capitalismo, porque generaciones enteras sostuvieron a rajatabla la idea de que la «economía era determinante en ultima instancia de la política»

¿Puede parte de su fracaso encerrarse en esa fórmula?

Y más aún, ¿puede la política liberarnos de un orden económico-social si afirmamos que ella es la expresión de ese orden?

Los dilemas se juntan y nos empujan a apostar por una política que sea autónoma de la economía. En esta deriva haremos la experiencia de internarnos por caminos aún no trazados, pero que sólo se hacen al andar.

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