Ella cree que van a volver y todo será otra vez como antes, mientras él asegura que el espejo del deseo donde quiere percibirse queda más lejos en tiempo y espacio. Y una compañera se levanta, se enciende y quema y otro le aleja las brasas por temor al incendio. Y la abraza contra su pecho.
Una agita su puño verde, otra elige un color diferente que se funde y multiplica en esa marea y aquel anda con la aguja en el bolsillo, recogiendo los retazos, las hilachas del arco iris desde donde propone urdir de nuevo la trama.
La mujer torbellino agita a su paso desordenando lo establecido, el compañero pide orden, un bebé berrea y otra voz solamente avista el vaso medio vacío, pero, finalmente, cada quien halla su lugar en la bandera, en la lágrima, en la rabia, en la asamblea.
Yo me paralizo de miedo ante el despojo, el odio, la barbarie, cuando una mano tierna y firme a la vez, me rescata del abismo, me devuelve al camino.
El poeta escribió aquello de no nos une el amor sino el espanto y claro que el enemigo, poderoso y hediondo, nos amontona contra el rincón, pero a esta altura, 80 días después de la masacre, ya no se trata de eso.
En Télam, en las calles y contra cada mate, balbuceamos un nosotras, un nosotros, que nos colma de sentido, que nos enseña el alcance más hondo de una pelea colectiva donde nos permitimos re-conocernos y palpar orgullosamente todo aquello que estamos ganando.
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