El anuncio del titular del Estado Mayor Conjunto, Teniente General Juan Martín Paleo acerca de la movilización de fuerzas militares en ocho planes de campaña de áreas que denominó de «recursos naturales y espacios soberanos» como Vaca Muerta, el Atlántico sur y zonas de extracción de litio, nos exime de cualquier análisis o discurso retórico acerca de la guerra declarada contra las comunidades y los territorios.
La avanzada militar sobre regiones con riquezas naturales que el sistema traduce en acciones de extractivismo, a la vez que muestra la disposición para la represión en pos de concretar su plan de saqueo, pone sobre la mesa que más allá de las elecciones presidenciales de este año y la amenaza del potencial desembarco de la derecha reaccionaria en las altas esferas gubernamentales, el enemigo está cada vez más desplegado e instalado en el poder.
Esta confesión de partes que asumen quienes tienen a su cargo la mera gestión del capital, achica hasta casi hacer invisible el margen de maniobra para aquellas personas que prefieren distraerse, mirar hacia otro lado y maquillar la nula posibilidad que la democracia de palacio tiene para discutir una agenda capaz de contemplar los derechos ganados de colectividades afincadas en tierras que para para el pillaje son apenas “zonas de sacrificio” en nombre del progreso.
Pero, ciertamente, ni las agrupaciones que se pintaron de verde de ocasión ni las organizaciones autodenominadas populares que acompañan estas administraciones y, por tanto, son cómplices del exterminio, pueden balbucear alguna razón más o menos decente o desarrollista que avale este atropello al que ahora se suman las fuerzas militares con su promesa de bala y garrote para garantizar aquello que debe ser hecho.
Es ante este panorama brutal –por lo violento y explícito- que las palabras que el investigador y docente catamarqueño Horacio Machado Aráoz regaló acerca de la noción de los derechos humanos en el marco de la celebración por las dos décadas del No a la Mina en Esquel, resuenan como toma de posición y también como senda a transitar entre modelos profundamente irreconciliables que, por si vale aclararlo, no son los que cacarean a ambos lados de la supuesta grieta.
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