Quienes formamos parte de Después de la Deriva asistimos, como la mayoría de la población, a un estado de desconcierto. Por momentos creemos que estamos en el apocalipsis, por momentos que está todo sobredimensionado, que esto también pasará.
Es en estos momentos, donde las preguntas se multiplican y complejizan a cada instante, que buscamos pensar colectivamente algunas certezas.
Si, como se repite una y otra vez, desde el Estado se toman políticas públicas basadas en la evidencia científica, desde abajo podemos utilizar la memoria para llegar a una primera afirmación: las fuerzas de seguridad jamás cuidaron a la población. Nos reprimen o nos vigilan pero no nos cuidaron ni nos cuidan.
El aislamiento social y preventivo cae sobre una sociedad donde muchos individuos están ensimismados, buscando la forma de sobrevivir en un sistema que nos impone la competencia como forma de vincularnos.
En medio de esa alienación, también hay, habemos, muchas y muchos que resistimos a ese aislamiento histórico, que buscamos desde hace tiempo caminar con otras y otros, construir redes, y problematizar lo ya dado.
El aislamiento puede hacer que quienes habitamos el mundo de una y otra forma nos contectemos, que de repente hablemos con un vecino o vecina que ni sabíamos que existía y ahí puede abrirse la ventana, literal y metafóricamente, una ventana que puede crear comunidades, aún en los barrios de las grandes urbes.
Muchas y muchos especialistas coinciden que este tipo de virus surge como consecuencia del proyecto demográfico mundial que despuebla los campos para llenar las ciudades y de los modos intensivos de producción de alimentos, que arrasa con agua y suelo y hacina a los animales y humanos en convivencias antinaturales.
Cuando esto pase ¿Seremos capaces como humanidad de pensar otros modos de habitar el planeta, de producir y consumir alimentos, de vincularnos con les otres?
Con el aniversario de la Guerra de Malvinas como telón de fondo y legando una sintaxis bélica y el deseo de una posible reconciliación como estrategia del aparato estatal, esta situación nos interpela por su estado de excepción, y aquí puede surgir una creatividad impensada para sobrevivir, vincularnos y construir aquí y ahora ese mundo que anhelamos.
Si, en cambio, sólo nos quedamos en casa sin pensar más allá de la urgencia, asumiendo como cierto el discurso mediáticos que presenta a la sociedad como un conjunto de personas con comida en la heladera y Netflix en la pantalla y dejando que la policía y el ejército tomen las calles, habremos perdido -una vez más- la verdadera posibilidad de salvarnos.
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