La muerte, siempre dolorosa e incierta al menos para gran parte de la cultura occidental, viene a sacudir los cimientos de la normalidad y aunque en este país siempre y en estos tiempos también nos acostumbramos a las partidas, cada pérdida deja su huella.

Con diferencia de semanas murieron Alcira Argumedo y Horacio González, sociólogos ambos pero, además y fundamentalmente, dos militantes apasionados, referencias posibles para pensar y hacer un país, un territorio, distinto a este que habitamos a cascotazos, con rabia y rabietas.

Y, sin embargo, un par de voces que en sus acciones políticas no siempre acompañaron el vuelo de sus textos, de sus gestos menos públicos, quizá intentando mostrar en sus parábolas personales y humanas un rasgo tranquilizadoramente imperfecto o, en definitiva, asumiendo el abrumador peso de lo aparentemente posible en el mundo real de la gestión, de la máquina de subjetivizar.

¿Importa más la obra o la persona? ¿Dónde termina el cuento y comienza la vida? ¿Lo personal es político? ¿El peronismo no hace más que tamizar toda imaginación para perpetuarse como alternativa, solución y garantía?

Son preguntas que rondan a Alcira y a Horacio, a Horacio y a Alcira y que esta noche de martes en La Tribu apenas balbuceamos entre los haces de ideas y coherencias que nos regalan nuestros dos invitados de hoy: Andrés Dimitriu, docente e investigador de la Universidad Nacional de Comahue y miembro de la Asamblea Coordinadora Patagónica por la vida y el territorio contra el Saqueo y la Contaminación, más cercano a ella; y Eduardo Glavich, filósofo, docente, investigador y un férreo y consecuente militante anti-capitalista en los claustros y fuera de ellos, quien tuvo vínculo con él.

Vaya esta charla, las anécdotas, las infidencias, los acuerdos y las disidencias como destellos posibles de una existencia en la que compartimos el desvelo por un mundo que agoniza en esta etapa capitalista de profundización de la depredación.

Una nueva velada de Después de la Deriva en la que referir a la muerte nos ubica en la senda de una vitalidad inconforme y comprometida, esa que nos permite seguir reclamando justicia y castigo a todos los responsables políticos y materiales de los asesinatos de otro par de referentes, Maxi Kosteki y Darío Santillán, a 19 años de un crimen de Estado cuya impunidad desnuda el carácter del régimen que nos oprime.

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